La elaboración de vinos dulces tiene una larga tradición histórica con técnicas enológicas y estilos diferenciados.
Se pueden encontrar vinos dulces en casi todas las regiones vitivinícolas del mundo como Jerez, Montilla-Moriles, Málaga y Tenerife en España, Oporto, Madeira y Setúbal en Portugal, Marsala en Italia, los Vin Doux Naturel de Frontignan, Lunel, Minervois, Banyuls, Maury, Rivesaltes, Rasteau y Beaumes-de-Venise en Francia además de numerosos Muscat y Mavrodaphne en Grecia, entre otras. Estos pueden ser blancos, tintos e incluso rosados y espumosos. Además pueden vinificarse en un amplio rango de estilos diferenciados, desde los más sencillos hasta los más complejos pero todos ellos comparten la presencia de una cantidad de azúcar que les da su característico sabor.
Los vinos dulces se elaboran de maneras muy variadas, incluso en ocasiones combinadas entre ellas. Hay por lo tanto múltiples formas de conseguir que un vino tenga un contenido de azúcar significativo en los que el azúcar presente se ha obtenido exclusivamente del mosto de las uvas que se ha utilizando en la fermentación alcohólica, sin otros añadidos.
Para elaborar un vino dulce hay que transformar en alcohol los azúcares presentes en el mosto obtenido de las uvas. Esta transformación se realiza mediante las levaduras, que al final de la fermentación alcohólica habrán agotado todo el azúcar presente en el mosto. La normativa vigente ofrece una clasificación de los vinos tranquilos, no espumosos, en función del nivel de azúcar residual que presentan tras la fermentación. Un vino dulce será aquel con un nivel igual o superior a 45 gramos de azúcar residual por litro. Los principales elementos que contribuyen a que un vino sea dulce son el azúcar residual presente, el alcohol, el glicerol y altos niveles de pectinas aunque la percepción de ese dulzor estará influenciada por otros factores como la acidez, los taninos y la presencia de dióxido de carbono (CO2) además de la temperatura de servicio del vino.